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Cuentos infantiles

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ALICIA EN EL PAIS DE LA MARAVILLAS.

Sucedió una tarde calurosa de verano. Cerca del lago Esmeralda, una joven y su hermana pequeña se sentaron a la sombra de dos árboles grandes.
- Aquí estaremos bien – dijo Ana, la mayor.
- Sí, y la vista es muy bonita – admitió Alicia.
La niña, con expresión soñadora, contemplaba elrevoloteo de los pájaros; Ana, en cambio, tenía ganas de hacer cosas, y sacó el texto de Historia, verdadera pesadilla de suhermanita.
- Hoy nos toca repasar las lecciones cinco y seis.
- ¡Qué fastidio! – se quejó Alicia.
Poco le importaban a Alicia las hazañas de los etruscos, de modo que se dejó mecer por el run – run de su hermana, la caricia del viento y el chapoteo de las aguas del lago; se quedóprofundamente dormida.
Distinguió Alicia la figura de un conejo blanco que corría. Su mano izquierda portaba un paraguas, la derecha sostenía un reloj despertador.
- ¡Llego tarde, llego tarde! – repetía el conejo.
Fascinada por su aspecto, Alicia le siguió, inventando a Dinah, su gato, a hacer lo mismo. ¿Adónde iría el conejo? Seguramente a una fiesta de gran gala…
- ¡Fíjate, Dinah! ¡Se mete en aquel árbol! – exclamó Alicia, al ver que el conejo desaparecía por un agujero abierto en el tronco de un castaño.
El gato, poco amigo de jaleos, no quiso aventurarse por allí.
- Está bien, Dinah. Seré yo quien se arriesgue. Si al cabo de una hora no he salido, da la voz de alarma.
Se asomo al interior del tronco, y no vio nada porque la oscuridad era total. Decepcionada, balanceó su cuerpo hacia adelante con demasiado ímpetu, perdió el equilibrio… ¡y cayó por un abismo sin fin!
Cerró los ojos y, al abrirlos de nuevo, distinguió una sala de grandes dimensiones. Se puso a caminar al azar, y pronto dio con una puerta de roble que permitía el acceso a un pasillo. En uno de sus recodos, divisó al conejo blanco y salió en su persecución. Al fondo, muy lejos, el conejo blanco se introdujo por una puerta pequeñísima, y desapareció.
La niña, demasiado grande para entrar por ella, contuvo un grito de rabia- giró en redondo, y miró por doquier. Debajo de la única mesa que había en la sala, vio una caja entreabierta con un rótulo que decía: “Cómeme”. Volcó su contenido – una galleta corriente – y cumplió la recomendación. Al punto, sintió que aumentaba de tamaño. Cuando dejó de crecer, veía la mesa tan abajo que sufrió vértigo.
- ¡Oh, qué mala pata! ¡Ahora no podré salir jamás de aquí! – gritó pesarosa.
Allá lejos, sobre la mesita, creyó ver un frasco azul con una etiqueta que decía: “Bébeme”. Por fin, cuando sus lágrimas cesaron, volvió a fijarse en el frasco y decidió probar. De un trago, apuró el brebaje. Al instante, se sintió menguar con rapidez.
En un principio, supuso que recobraría su tamaño normal, pero la boca del frasco subía hacia ella y pronto comprendió que iba a caer dentro.
Así sucedió, en efecto, y Alicia quedó reducida a una pobre figurilla encerrada entre cristales.
Un extraño bamboleo empezó a marearla. ¿Qué era aquello? Miró con atención a su alrededor, y descubrió el motivo de su malestar: ¡el frasco era arrastrado hacia la puerta por una gran corriente!
Sus lágrimas de antes eran el origen de la inundación. Lo que a escala normal debían ser simples gotitas en el suelo, se convirtieron en un impetuoso raudal al proceder de una gigantona como ella. La puerta, diminuta a su llegada, parecía enorme ahora.
Hubo un choque violentísimo, y la niña salió despedida del frasco, justo hacia la cerradura. Su cuerpecillo, a merced del líquido rugiente, transpuso la entrada y se aproximó a una especie de cascada. Atrás quedaban el frasco, la puerta y su cerradura.
El salto por la cascada introdujo a Alicia en el País de las Maravillas, un mundo de magia y color, donde nada era imposible.
Su inmersión en la Charca de las Ostras duró breves segundos, los suficientes para admirar a un corrillo de ostras verdaderamente chocante. Dichos animales, provistos de conchas semejantes a cunitas de bebé, escuchando las historias de una ostra gigante.
Alicia nadó en aquellas aguas sin dejar de preguntarse sobre las ostras. Cuando ganó la orilla, divisó un pelícano que reía sin motivo aparente. Algo más lejos, varios cangrejos cuchicheaban sobre ella, como extrañándose de su presencia.
Un pajarraco se subió a un peñasco y llamó a los presentes a grandes voces. Fumaba de su pipa, y vestía ropas anticuadas. En pocos momentos, le rodearon animales de todas clases que, bajo su dirección, rompieron a cantar y a bailar alegremente.
- Son simpáticos, pero dicen bobadas – comentó Alicia en voz alta, tras escucharles un buen rato -.
Más me valdrá seguir adelante; lo mismo encuentro la manera de volver a mi estatura normal.
Se internó en un jardín poblado de flores y plantas maravillosas; dada su propia pequeñez, le parecía enorme. Algo más allá, varios caballitos voladores vigilaban el inicio de un sendero empedrado de oro, que conducía al Estanque de los Prodigios.
- ¿Qué bonito sois? – exclamó Alicia, aproximándose a ellos, y observó que todos acupaban un balancín de nácar, similar a una mecedora sin respaldo.
- ¡Es verdad! – dijo alguien. Se volvió, y halló una mariposa deslumbrante, cuyas alas eran inmensas.
- ¿Quién eres? – preguntó cordialmente Alicia.
- La Mariposa Modelo de este jardín, para servirte.
- Como veo que eres de fiar, voy a pedirte un favor:
Mira, estoy buscando huna hierba, una planta, o algo que me permita recobrar mi tamaño normal. ¿Podrías aconsejarme? – rogó Alicia.
- Sígueme – dijo la Mariposa Modelo.
No tuvieron que desplazarse mucho, pues el hongo escogido por la Mariposa Modelo crecía tras la primavera revuelta del sendero. Alicia trepó a él ágilmente.
- Si comes de ese lado, crecerás; si del otro, menguarás de tamaño. Como desconozco la dosis que te conviene, prueba uno y otro hasta lograr tu talla.
La niña comió del borde indicado en primer lugar, y creció mucho más de lo necesario; tomó una pizca del borde opuesto, y mejoró bastante la cosa. Nuevos tientos la dejaron en su tamaño exacto.
- ¡Ya está! – exclamó Alicia, satisfecha.
Por lo que pudiera suceder en el futuro, se guardó sendos trocitos de hongo en el bolsillo de su delantal. Se despidió, agradecida, de la Mariposa Modelo, y reanudó sus exploraciones por el País de las Maravillas.
El acceso al Estanque de los Prodigios estaba prohibido, y Alicia escogió otro sendero. En uno de sus recodos, tropezó con la pareja más chocante que podáis figuraros: Sombrero Loco Y Liebre de Marzo.
Ambos lo pasaban de órdago, a juzgar por sus continuas risitas y chistes. Sombrero Loco servía litros de té a la liebre, y está le correspondía con canciones disparatadas.
- ¡Hola, hermosa niñita! – saludaron al verla- ¡Ven a tomarte una taza de té con nosotros!
- Sois muy amables – agradeció Alicia - ¿Qué estáis celebrando?
- Muchas cosas a un tiempo. Nuestra alegría de vivir, la belleza del paisaje, y el “no -cumpleaños” – explicó Sombrero Loco, sonriente.
- ¿El “no cumpleaños”? – se extrañó Alicia.
- ¡Claro, nena! Durante el año hay un cumpleaños y trescientos sesenta y cuatro “no-cumpleaños”. ¿Por qué celebrar sólo el primero?
A la taza de té ofrecida, se sumaron muchas otras, bien aderezadas con tonterías, adivinanzas del mas gusto, e, incluso, bromas pesadas a costa de ella. Como es natural, Alicia se hartó muy pronto de la fiesta.
Un laberinto de caminos se abrió poco después ante ella, componiendo dibujos que recordaban a los signos de una baraja. Rombos, corazones, tréboles y picas se sucedían con orden.
Naipes encontró algo más lejos, vivos y emprendedores como criaturas humanas. Brocha en mano, pintaban de rojo las flores de un rosal.
- ¿Por qué hacéis eso? – les preguntó Alicia.
- La Reina es muy caprichosa, y ahora se le ha puesto entre ceja y ceja llenar su cámara de flores rojas – repuso un naipe, observándola de reojo.
- Pero habrá en otro sitio – se figuró ella.
- Ni una sola. Hasta ayer mismo, las odiaba.
- Yo no haría caso a una señora tan chalada- opinó Alicia.
- Porque no la conoces – afirmó el as de trébol.
- Tiene por costumbres cortar la cabeza a los rebeldes. O le llevas la corriente, o estás perdida.
- Lo que digo, tenéis por Reina a una mentecata – insistió Alicia, mientras cogía una brocha abandonada, y se unía al grupo de pintores.
A punto ya de concluir su tarea, oyeron el rumor de pasos marciales que se acercaban.
- ¡La Reina! – gritó el dos de rombos.
Tras el escuadrón de escolta, surgió un conejo blanco provisto de un trompeta. Alicia le reconoció inmediatamente. ¡Era el que la indujo a meterse en el hueco tronco del árbol! Al ver sus ínfulas de heraldo de la Corte, entendió el motivo de sus prisas: temía llegar tarde al acto que ahora iba a desarrollarse, descuido que tal vez le habría costado el cuello.
Su agudo toque de trompeta ensordeció a los presentes. Después, con voz estentórea, anunció:
- ¡Su serenísima, graciosa, ilustre, sublime y excelsa Majestad… La Reina de Corazones!
Se trataba de una mujer gorda, feísima y huraña a más no poder. Desde un principio, cayó mal a Alicia, y se ofendió por el desparpajo con que ésta le hablaba.
Alicia admitió que sabía jugar al croket, deporte favorito de la Soberana. La partida entre ambas se hizo obligaba… con todas las ventajas para Su Majestad.
Se preparó todo lo necesario. Flamencos rígidos como postes hacían de mazos; las pelotas eran obedientes erizos, y los aros, simples naipes arqueados.
Ni que decir tiene que Alicia siempre cargada con el peor material disponible. Su “mazos” se volvían blandos a la hora de golpear la “pelota”, y ésta daba tumbos por la hierba en vez de rodar; y cada lanzamiento suyo encontraba un “aro” huidizo.
La Reina de Corazones tenía que ganar la fuerza, pero antes de finalizar la partida rodó al suelo con su fofa mole. Tanto impulso quiso dar Su Majestad al golpe, cayó arrastrada por su propia fuerza.
- ¡Aaaay! – gritó la Soberana, al despanzurrarse-. ¡Daré trabajo al verdugo! ¿Quién ha sido el culpable?
Alicia estalló en sonoras carcajadas, incapaz de contenerse. No sentía miedo ante el poder real.
- ¡Has sido tú! – aulló la gorda, al verla reír-. ¡Qué le corten la cabezaaa!
- - ¡Yo no he sido! – protestó la niña -. ¡Además soy extranjera y tengo derecho a un juicio!
- ¡Sí, muy bien, un juicio! – palmoteó el Rey consorte, con cara de niño.
La Reina de Corazones, juez, jurado, fiscal y abogado defensor a la vez, emitió su sentencia un minuto después de haber comenzado la sesión:
- En vista de las pruebas presentadas, considero mi deber condenarte a muerte.
- ¿Qué pruebas ni qué deber? ¡Esto es una comedia! – gritó Alicia, poniéndose en pie.
Sin esperar a más, Alicia aprovechó la confusión para huir. Los soldados no pudieron capturarla, y ella corrió a través de los setos, envuelta en una niebla cada vez más espesa.
La niebla se hizo muy densa, y ella se sintió caer por un abismo profundo. Imágenes y rostros del País de las Maravillas danzaban a su alrededor…
- ¡Alicia, despierta! ¡Alicia! ¡Alicia!
Un último parpadeo, un primer sobresalto, y Alicia dejó atrás su más hermoso sueño. Fuera, aguardaban Ana, los árboles cercanos a su hogar y su libro de Historia.
Charles Lutwidge Dodgson

el hombre feliz

Hubo una vez un Rey, poderoso y estimado por sus súbditos, que contrajo una misteriosa enfermedad.
Junto a su lecho se dieron cita eminentes doctores y sabios, pero ninguno supo hallar la causa de su mal.
- i Oh, qué desgraciado soy! - se quejaba el Monarca -. Poseo riquezas, abundan los placeres al alcance de mi mano, pero no hay quien me cure. Su hijo, el Príncipe, al escuchar taleslamentos, sufría amargamente sin cesar la presencia de nuevos médicos. Pero sus esfuerzos no daban resultado, y la dolencia del Sobernano se agravaba día tras día.
- No os preocupéis, padre mío - quiso animarle el Príncipe-. Aún quedan buenos doctores a los que recurrir, y es probable que alguno de ellos sepa aliviar vuestra enfermedad.
- Me agradan tus palabras, hijo, por la buena intención que encierran, mas dudo que exista alguno capaz de sanarme.
- De todas formas, hay que seguir probando - se obstinó el joven-. Nada cuesta hacerla.
- Sí que cuesta, hijo. Cada nuevo desengaño quebranta mis fuerzas y aumenta tu inquietud - dijo él enfermo suspirando tristemente.
- Aun así, removeré cielo y tierra hasta dar con el remedio que necesitáis. Acudieron otros galenos a ver al Rey, sin que el panorama cambiase. Por último, fue citado a palacio el médico más insigne del país, apartado del caso hasta entonces por sus ideas políticas.
- Curad a mi padre, os lo suplico - imploró el Príncipe nada más verle.
- Pondré toda mi ciencia a su servicio - aseguró el doctor. Durante un buen rato, el Monarca fue sometido a un minucioso examen.
-¿Y bien? -interrogó el Príncipe.
- Lamento deciros que no he encontrado el menor síntoma de enfermedad - repuso el doctor.
- Es el cuento de siempre! - estalló el Príncipe, furioso-. ¡Nadie encuentra nada, mas la dolencia está ahí! ¿Qué clase de ciencia es la vuestra?
- Cálmate, hijo - intercedió el rey, con voz débil. Antes de retirarse, el galeno tuvo que oír más imprecaciones del Príncipe. De alguna manera, pagaba también los platos rotos por sus compañeros.
Un paje se inclinó ante el Príncipe cuando éste salía de aposentos, trastornado aún por la ira.
- ¡Quítate de en medio! -le gritó, sin miramientos.
- Señor, necesito hablaras de la enfermedad de vuestro padre -susurró mansamente el paje. Al escucharle el joven, se puso a la expectativa.
- ¡Dime! - ordenó.
- Conozco a alguien que puede curarle.
Se trata de un mago que puede ver más allá de las apariencias...
- No me gusta la magia, desconfío de ella - objetó el Príncipe, vacilante.
- Ese mago dedica su sabiduría al bien, y nunca se equivoca - porfió el paje, con tono persuasivo.
- No sé qué decirte... En honor a la verdad, ya lo he probado todo, excepto la magia que me propones...
¡Está bien!, llama a ese mago, Y ¡ay de ti como resulte ser un embaucador!
El paje saltó a un caballo y galopó sin parar hasta llegar a la cueva del mago. Ese mismo día, estaba de regreso en palacio, acompañado de aquél.
La penetrante mirada del mago se-posó en el Rey, más doliente y afligido que nunca: todos los presentes aguardaban extrañas manipulaciones, ritos o palabras, pero nada de eso hubo. Simplemente, observó al enfermo, inmóvil y en completo silencio. Al cabo de mucho tiempo, decidió hablar:
- La enfermedad del Rey no reside en su cuerpo.
-¿Dónde, entonces? -le espetó el Príncipe.
-En su alma.
-No puedo entenderos -denegó el Príncipe.
- Os lo diré con otras palabras: vuestro padre se muere de infelicidad.
- ¿Infeliz mi padre? ¡Desvariáis! - exclamó el joven, boquiabierto-. ¡Es el Rey de esta nación, el hombre más poderoso del mundo! ¡Sus riquezas son incontables, se le ama y respeta en todas partes!
- Tales posesiones y dignidades no deparan la felicidad, Príncipe; antes bien, la ahuyentan - afirmó el mago, con serena actitud.
- En ese caso, ¿qué aconsejáis vos para obtener la dicha? -preguntó el joven.
- Yo he venido a aliviar los males del Rey, no a dar consejos, señor.
- De todas maneras, no me parece que vuestros métodos vayan a ser más eficaces que los de esos doctores ignorantes.
- Si opináis así, será mejor que me retire -decidió el mago. Y se dio la media vuelta.
El Rey, impresionado por las palabras del mago, intervino a tiempo:
- ¡Esperad, buen hombre! ~ ordenó. Luego, encarándose con su hijo, explicó:
- Creo que puede curarme, y no me preguntes por qué. Es una sensación, quizá unpresentimiento.
-Antes dije que aliviaría vuestra dolencia, mi señor, no que fuese a curaras - puntualizó el mago.
- ¡Está bien, está bien! Con eso me conformo. - Veamos, ¿qué remedio es el vuestro? - apremió el Príncipe.
- Sólo un hombre feliz podrá reanimar a vuestro padre - dijo el mago desviando su atención del Rey para fijarla en el muchacho.
- Sí, tal vez sea eso lo que necesite - musitó el Rey mirando a lo lejos-. Un hombre feliz puede ayudarme a combatir la pena, el tedio...
- ¡Tendrás aquí enseguida no uno, sino cien hombres felices, padre! exclamó el Príncipe, repentina-mente ilusionado.
- No hay cien hombres felices en el mundo - dijo el mago, con solemne expresión.
- ¡Mis emisarios los traerán! -aseguró el joven.
- Quiera Dios que no regresen de vacío - susurró por lo bajo el mago, cuando ya nadie le oía.
Los emisarios de palacio partieron en todas direcciones, seguros de iniciar una misión muy sencilla. Con ánimo emprendedor y una sonrisa en los labios, recorrieron ciudades, pueblos, caseríos y heredades, a la búsqueda de hombres felices.
Pero la fatiga del camino, y, sobre todo, la invariable negativa de las gentes, fueron minando su confianza. Resultó que nadie estaba satisfecho de la vida; quien más quien menos tenía problemas, sufría desengaños, o arrastraba frustraciones. En resumidas cuentas: no pudieron dar con un sólo hombre feliz.
- Pero ¿qué estáis diciendo? ¡Hombres felices los hay por todas partes! - se maravilló el Príncipe, al escucharlo el informe de sus emisarios.
- Eso mismo creíamos nosotros, señor - alegó el responsable de todos ellos.
-¡Asombroso! ¡Inaudito! -voceó el Príncipe, yendo y viniendo con las manos a la espalda -. Lo más seguro es que hayan mentido...
- Los hombres dichosos no mienten, señor - recordó el jefe de los emisarios.
- ¿Por qué iban a hacerla? -admitió el Príncipe. “No hay cien hombre felices en el mundo". Las palabras del mago retumbaron en su mente. ¿Cómo decir a su padre, el Rey, que desechara toda esperanza de curación?
Despachó emisarios de refresco hacia los cuatro puntos cardinales.
- Ofreced una bolsa de oro a cada hombre feliz que halléis -les dijo el Príncipe.
Regresaron como partieron, sin nadie que presentar al Rey. Algunos truhanes pensaron si convenía hacerse pasar por hombres felices, pero el miedo a ser de cubiertos se impuso a la atracción del oro.
El Príncipe pidió el mejor caballo de su cuadra y salió solo. Quería mitigar su desesperación con el piar de las aves y el profundo silencio del bosque.
Galopó al azar durante mucho tiempo, abstraído por completo en pensamientos. Pasado el mediodía, se detuvo junto a un río para apagar la sed. No quiso probar las viandas que llevaba en las alforjas.
Al inclinarse sobre las aguas para beber, observó la imagen de un leñador que se reflejaba en ellas. Estaba encaramado a unas rocas de la orilla, y sonreía.
El Príncipe alzó la cabeza y se volvió hacia él. Un repentino interés brillaba en sus pupilas. ¿Acaso no era esa la sonrisa de un hombre feliz?
Examinó al leñador. Era fuerte y de mediana edad; su piel parecía curtida por la brisa; a la legua se veía que era pobre, pues tan sólo un jubón y unos calzones de pana, sujetos por una cuerda a la cintura, cubrían su cuerpo.
Miraba con inocencia, claros los ojos, limpio el corazón. Y mantenía su sonrisa, reflejo de una conciencia en paz.
- ¿Eres feliz, leñador? -le preguntó el Príncipe.
- ¿Cómo decís, señor?
- ¡Que si eres feliz!
- ¡Naturalmente! ¿Por qué no habría de serio? Tengo cuanto necesito para vivir contento: una mujer deliciosa, un trabajo que nunca escasea, una choza resistente, pan y vino en la mesa, frutos de los árboles este río tan hermoso... ¡Sí, soy un hombre feliz!
- Te conformas con muy poco, leñador -contestó el Príncipe, despectivo-. ¿Sabes? Hay grandes maravillas lejos de este bosque, cosas que te asombrarían.
- ¿Dan más felicidad que esto?
- Pues... no - confesó el joven, desconcertado.
-Entonces, ¿para qué las quiero?
No obtuvo respuesta. El Príncipe quedó impresionado por su veracidad. Al verlo así, dijo el leñador:
- Ven a mi cabaña. Es hora de comer, y...
- Te lo agradezco, buen hombre, pero he de volver a mi palacio enseguida. Toma esta bolsa de oro.
El leñador hubo de aceptarla, ignorante del bien que había hecho con unas sencillas palabras. A uña de caballo, regresó el Príncipe junto a su padre.
- ¡Qué gran lección nos da ese hombre! Es feliz lejos de toda riqueza, del poder y de la gloria.
- Sí, padre. Pero ¿qué hacéis? - preguntó, al ver que el Monarca intentaba levantarse.
- Lo que tanto necesito y tanto deseas: empezar a comportarme como un verdadero Rey -dijo éste.
- ¡Dejadme que os ayude!
- Ya no es necesario, hijo mío. Desde ahora pensaré un poco más en mis vasallos, y repartiré entre ellos dos tercios de mi fortuna. ¿Está conforme?
El Rey, según costumbre, yacía en su lecho apagado y doliente. Puso reparos a la charla de su hijo, pero, a medida que escuchaba, se fue animando. Cuando el Príncipe terminó su relato, comentó:
- Lo estoy -afirmó el Príncipe, con el rostro iluminado por la misma alegría que hacía revivir al Monarca.
- Hemos de remediar la miseria y el abandono que tanta gente padece en nuestro Reino - sentenció el Soberano, ya camino de sus obligaciones.
Desde ese día, todo cambió en palacio, y también puertas afuera. El Rey olvidó sus achaques y lamentaciones. Ganado por un nuevo sentido de la justicia, esparció bienestar y alegría por sus dominios.
Cuando quiso darse cuenta, se parecía a aquel hombre feliz.
Anónimo

UN ELEFANTE Y MUCHAS HORMIGAS.

Un día el elefante, cansado de ver tantoselefantes, decidió viajar al país de lashormigas. Como era un extraño, elelefante quiso conocer el famoso museo de hormigas, y como quedaba muy, muy lejos, tuvo que tomar el autobús.
Pero al subir al autobús chiquitito de lashormigas, lo partió en cuatro. Las ruedas volaron por el aire, las ventanas giraron como ventiladores, el techo se estropeó, los boletos se convirtieron en papel picado. Las hormigas, enojadas, llamaron a toda la población. Gritaban: “¡Esto no puede ser! Que nosotrasmismas rompamos nuestros autobusesno es tan grave, pero que un extraño del país de los elefantes venga a destrozar nuestros autobuses es vergonzosos,increíble y catástrofe”. El elefante o sabía qué decir. Bajaba la trompa para disculparse, pedía perdón en todos los idiomas que sabía.
Mientras el pobre seguía disculpándose, las hormigas, enormes caravana, treparon por sus patas, le invadieron el lomo, la trompa, la cabeza y las pestañas.
El elefante, confundido y sin saber qué hacer, les expidió que él solo había querido conocer el famoso museo de las hormigas. Luego, se puso a caminar. Las hormigas que llevaba encima se quedaron mudas se sorpresa…
Margarita Belgrano.

EL MAGO DE OZ resumen

Dorothy era una linda niña que vivía en compañía de su tío Henry, el granjero, y su esposa, la tía Em. Los días eran algo aburridos en Kansas, pero Dorothy infundía su innata alegría, aderezada con los ladridos de su travieso perrito Totó. Todo parecía normal, pero el cielo hizo temer la llegada de un ciclón. Dorothy corrió al refugio y buscó a Totó asustada; Iba a apurarse cuando sintió que la casa era desgarrada de la tierra y se elevaba por los aires.
¡Estaba volando! Allí reparó que Totó iba con ella e incluso lo salvó de una caída inminente. Y tanto duraba el viaje que optó por dormir unas horas, hasta que un tremendo estrépito logró despertarla. Se asomó a la puerta, y comprobó que habían llegado a un hermoso lugar. Tenía hambre y desayunó lo que había en la alacena. Luego llegaron gentes extrañas que dijeron ser los Munckins, agradeciéndole por matar a la Bruja Mala, señalándole unos pies con zapatos de plata que lucían dentro de la casa. "Yo no maté a nadie, solo quiero volver a casa", dijo Dorothy, pero ellos no sabían nada de Kansas. "El Mago Oz te ayudará a volver a casa y para ello irás a Ciudad Esmeralda, lo que es muy peligroso", le dijeron, aconsejándole que siga el camino de ladrillos amarillos. La Bruja Buena del Norte la besó en la frente dejándole una huella bendita y con los zapatos de plata que calzaba, de la Bruja Mala estaría protegida. Y Dorothy, con su fiel Totó, inició la búsqueda del Mago de Os. Pero no iría sola, pues en el camino hallaría al Espantapájaros que quería un cerebro, al Leñador de Hojalata que sufría por un corazón y al León Cobarde que moría por recuperar el valor. Los cinco irían a Esmeralda, en procura de recibir la ayuda poderosa del Mago de Oz, y no fue fácil. Saltaron abismos, vencieron a los feroces Kalidash, mezcla de oso con tigre; se salvaron de las amapolas venenosas y ayudaron a la Reina ratona a vencer al Gato montés. Al llegar, cada uno logró hablar con el Mago de Oz, quien, adquirió diversas formas, y a todos les dijo lo mismo: "Si quieren que les sirva, maten a la Bruja Mala del Oeste, les cumpliré todos sus deseos". Entonces buscaron y derrotaron esa Bruja; pero al volver, Dorothy y sus amigos se dieron con una sorpresa: ¡Oz era un farsante! Era sólo un viejecito, pero aún así cumplió con los deseos del Espantapájaros, del León y el Leñador y luego huyó en globo. Dorothy y Totó pudieron retornar a casa gracias a los zapatos de plata de la Bruja Mala. ¡Y todos fueron felices! .Fin

el mago de oz

Dorothy era una linda niña que vivía en compañía de su tío Henry, el granjero, y su esposa, la tía Em. Los días eran algo aburridos en Kansas, pero Dorothy infundía su innata alegría, aderezada con los ladridos de su traviesoperrito Totó. Todo parecía normal, pero el cielo hizo temer la llegada de un ciclón. Dorothy corrió al refugio y buscó a Totó asustada; Iba a apurarse cuando sintió que la casa era desgarrada de la tierra y se elevaba por los aires.
¡Estaba volando! Allí reparó que Totó iba con ella e incluso lo salvó de una caída inminente. Y tanto duraba el viaje que optó por dormir unas horas, hasta que un tremendo estrépito logró despertarla. Se asomó a la puerta, y comprobó que habían llegado a un hermoso lugar. Tenía hambre y desayunó lo que había en la alacena. Luego llegaron gentes extrañas que dijeron ser los Munckins, agradeciéndole por matar a la Bruja Mala, señalándole unos pies con zapatos de plata que lucían dentro de la casa. "Yo no maté a nadie, solo quiero volver a casa", dijo Dorothy, pero ellos no sabían nada de Kansas. "El Mago Oz te ayudará a volver a casa y para ello irás a Ciudad Esmeralda, lo que es muy peligroso", le dijeron, aconsejándole que siga el camino de ladrillos amarillos. La Bruja Buena del Norte la besó en la frente dejándole una huella bendita y con los zapatos de plata que calzaba, de la Bruja Mala estaría protegida. Y Dorothy, con su fiel Totó, inició la búsqueda del Mago de Os. Pero no iría sola, pues en el camino hallaría al Espantapájaros que quería un cerebro, al Leñador de Hojalata que sufría por un corazón y al León Cobarde que moría por recuperar el valor. Los cinco irían a Esmeralda, en procura de recibir la ayuda poderosa del Mago de Oz, y no fue fácil. Saltaron abismos, vencieron a los feroces Kalidash, mezcla de oso con tigre; se salvaron de las amapolas venenosas y ayudaron a la Reina ratona a vencer al Gato montés. Al llegar, cada uno logró hablar con el Mago de Oz, quien, adquirió diversas formas, y a todos les dijo lo mismo: "Si quieren que les sirva, maten a la Bruja Mala del Oeste, les cumpliré todos sus deseos". Entonces buscaron y derrotaron esa Bruja; pero al volver, Dorothy y sus amigos se dieron con una sorpresa: ¡Oz era un farsante! Era sólo un viejecito, pero aún así cumplió con los deseos del Espantapájaros, del León y el Leñador y luego huyó en globo. Dorothy y Totó pudieron retornar a casa gracias a los zapatos de plata de la Bruja Mala. ¡Y todos fueron felices! .Fin
Moraleja: Todo sacrificio tiene buen destino

el leon y el raton

Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a , juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y atrapo al ratón. A punto de ser devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento echó a reír y lo dejó marchar.
Pocos días después unos cazadores apresaron al rey le ataron con una cuerda a un frondoso árbol.
Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oír los lamentos del león, corrió al lugar y desenrolló la cuerda, dejándolo libre.
- Días atrás -le dijo-, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por ti en agradecimiento. Ahora ya sabes que los ratones somos agradecidos y cumplidos.
MORALEJA: Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento las cumplirán.

la rana solitaria

Había una vez una rana que vivía sola en un cañaveral, junto a un estanque.
Ella quería tener amigos, pero no conocía a ningún otro animal. Creía que el mundo era bosque de cañas y que ella era el único ser vivo que existía.

Un día se produjo una tormenta sobre el estanque. La rana nunca había visto una tormenta. Oyó un trueno y pensó que era la voz de otro ser viviente.

- ¡Me está llamando para jugar conmigo! – pensó la rana con alegría.
En ese momento resonó muy cerca otro trueno.

- ¡aquí estoy! – exclamó la rana-. ¡No te vayas! ¡Ya voy!
Y trepó por los tallos hasta el extremo de los juncos.
Al rato cayó un relámpago y después estallo un trueno.
- ¡Te he visto! – gritó la rana-. ¡Eres muy hermoso! ¡Me gustaría ser tu amiga!
De pronto se levantó un fuerte viento que arrastró a la rana hasta el agua del estanque. Con el golpe, la rana perdió el conocimiento y se hundió.

Cuando pasó la tormenta, unos sapos encontraron a la rana tendida en fondo del estanque. Después de un largo tiempo, la rana despertó y vio a su alrededor a todas las ranas y saposdel estanque. La rana no podía creer lo que veía.

- ¡Somos tus amigos! – exclamaron todos-. Pero dinos, ¿de dónde vienes? Nunca te hemos visto por aquí.
La rana contó su historia y todos los sapos y ranas la escucharon conmovidos.

Desde aquel día, la rana jamás volvió a estar sola.

LA RANA DEL PANTANO Y LA RANA DEL CAMINO

Vivía una rana felizmente en un pantano profundo, alejado
del camino, mientras su vecina vivía muy orgullosa en una charca al centro del camino. La del pantano le insistía a su amiga que se fuera a vivir aliado de ella, alejada del camino; que allí estaría mejor y más segura.
Pero no se dejó convencer, diciendo que le era muy difícil abandonar una morada donde ya estaba establecida y satisfecha. Y sucedió que un día pasó por el camino, sobre la charca, un carretón, y aplastó a la pobre rana que no quiso aceptar el mudarse.
MORALEJA: Pon atención a los amigos de corazón.

el rey rana

Hubo una vez un lejano país en el que reinaba un soberano que tenía tres hijas a cual más bella. Vivían en un espléndido castillo rodeado de jardines repletos de flores, frondosos árboles, fuentes cantarinas y un pozo con agua cristalina.
Era tiempos de paz, todos eran felices y vivían sin más preocupación que buscar entretenimientos para pasar el tiempo.
Cierto día, la mayor de las hijas del rey fue a calmar su sed a pozo, mas cuál no sería su sorpresa, cuando al acercar el vaso a la boca comprobó que el agua estaba turbia.
Nadando en el interior del pozo, se encontraba una rana:
- Bella princesa, cásate conmigo y haré que se aclare el agua – dijo el animal.
- ¡Qué descaro! – dijo la princesa volviendo al castillo-. ¿Cómo puedes pensar que desposaré a una rana?
La hermana mediana también estaba sedienta, pues se trataba de un día muy caluroso, y se acercó al pozo. Al asomarse para llenar el vaso y refrescarse, vio que había una rana enturbiando el agua.
- Preciosa niña, si te casas conmigo, limpiaré el agua que puedas beberla. –
- ¡Estás loca! – replicó la muchacha, mientras se alejaba.
- ¡Nunca me casaría con un bicho tan feo!
La princesa más pequeña también sintió sed, y fue al pozo para beber. Cuando se disponía a hacerlo observó el vaso al trasluz y vio líquido tan turbio que era imposible beberlo.
Al asomarse, vio a la rana, que al nadar enturbiaba el agua.
- Linda joven, si consientes en ser mi esposa, haré que el agua quede clara.
- De acuerdo – asintió la joven.
Sin embargo, en su fuero interno, pensaba que realmente no importaba demasiado la palabra dada a una rana, puesto que la boda entre un animal y un humano sería desde todo punto, imposible. La rana dio un salto y después otro, y el agua quedó clara y cristalina. La joven princesa bebió, lleno el vaso con más agua para sus hermanas y olvidó el incidente.
A la hora de la cena, alguien llamó a la puerta del castillo:
- ¡Princesita, princesita!, recuerda tus palabras junto a la fuente, déjame entrar para estar contigo, - croó la rana desde fuera. La muchacha no podía creerlo, pero como había dado su palabra, no quiso romperla aunque se tratara de un animal quien la recibiera, así que acepto compartir con ella la mesa.
Cuando llegó el momento de retirarse a los dormitorios, la rana exigió: - Llévame contigo, déjame dormir en tu almohada, como prometiste. Así lo hizo, aunque a regañadientes, y cuando amaneció, la rana desapareció en el jardín y la princesa no la vio durante el día, así que pensó que podía al verde bicho.
Al atardecer del segundo día, se sintió la escena: la rana llamaba a la más joven de las hijas del rey pidiéndole que la dejase entrar en su dormitorio. Y de nuevo durmió en la almohada, desapareciendo en el jardín al clarear el día. Y lo mismo ocurrió la tercera noche: La rana llamó a la princesita hasta que esta la dejó dormir junto a ella, en la almohada.
Pero cuando la rana estuvo instalada en la cama, al lado de la princesita, le dijo:
- Princesa, como esposos hemos compartido el lecho, pero aún no me has siquiera un beso. Dame un beso – exigió. La joven, apuraba, reunió todo el valor que tenía para soportar las náuseas que le producía el hecho de besar al animal, y acercó los labios al batracio.
Una brillante luz iluminó la habitación, y al apagarse… ¡Oh, sorpresa! No era la rana quien ocupaba la alcoba junto a ella, sino un elegante y apuesto príncipe que le explicó: - Linda niña, se ha roto el embrujo que me condenaba a permanecer bajo la forma de una viscosa rana. Tu amabilidad y nobleza al mantener tu promesa a pesar de la repugnancia que sentías, han sido capaces de anular el encantamiento.
La princesa no podía ocultar su alegría cuando fueron a anunciar el compromiso a su padre, el rey, que los bendijo antes de celebrarse la boda. Tres días y tres noches duró la celebración que fue el comienzo de un largo reinado, lleno de prosperidad y felicidad para todos, y en especial para la princesita que vio así recompensado con creces, su sacrificio.

damiancillo

Cuando nació Damiancillo, todo el pueblo pensaba que sería un niño como cualquier otro. Pero a medida que el tiempo pasaba y Damiancillo crecía. Todos se dieron cuenta de que no hablaba. Muchos doctores lo vieron, pero la enfermedad de Damiancillo no tenía remedio.

Todos estaban muy tristes: padres, hermanos, amigos y vecinos hacían grandes esfuerzos para comunicarse con el niño.
¿Crees que Damiancillo a ser un niño normal?
Un día sucedió lo más inesperado. Cuando Damiancillo jugaba con sus hermanas y hermanos en el jardín, extendió sus manos para coger una hoja y comenzó a mover sus dedos para, a través de señas, comunicarse con ellos.

Al principio les costó mucho entender lo que decía, pero pronto todos le hablaban con señas y se entendían muy bien.

En poco tiempo, todo el pueblo aprendió el lenguaje de las señas para comunicarse con Damiancillo. Él era muy feliz, al fin tenía amigos con los que se divertía muchísimo sin necesidad de hablar. Los habitantes del pueblo, a pesar de que algunas veces Damiancillo no estaba presente, practicaban su nuevo lenguaje para que cada vez que el niño estuviera con ellos se sintieran bien.

Una mañana llegó al pueblo un cartero que nadie había visto antes. El alcalde reunió a todos los habitantes en la plaza para dar la bienvenida al cartero. Antes de que el Alcalde saludara, él con voz alta y clara dijo:
- Yo no soy el nuevo cartero. Yo soy un ángel del Señor: He venido hasta aquí para darle su bendición, ya que él sabe que este pueblo está lleno de solidaridad. Además, conmovido con su bondad, les concederá la gracia de vivir en comunidad para ayudarse los unos de los otros:
El Alcalde, pensativo, fue muy claro al decirle:
- Ángel de Dios, si un deseo tenemos que pedirte, es que la próximas vez que nos visites, no nos des los recados del Seños con palabras, sino con señas, para que Damiancillo los entienda.
Y por supuesto, todo este mensaje lo dijo el Alcalde con señas, y Damiancillo y todos los habitantes del pueblo lo entendieron.
¿Será posible que un ángel vestido de cartero bendiga a un pueblo por su solidaridad?
Joaquín Aguirre Bellver.

Fireboy and Watergirl

Fireboy and Watergirl 2: The Light Temple
En su segundo capitulo regresa el niño fuego y la niña agua, ambos listos para resolver cualquier acertijo mientras ingresan al legendario templo de la luz donde las puertas se activan con rayos de sol.